Muriendo en el río


Bajo el sol inquebrantable y las nubes de algodón
me hallo solitario y taciturno, perplejo ante mis heridas
y un poco temeroso de estar flotando en el mando caudal del río.
La corriente me transporta y ya casi no siento la humedad. Poco es
de lo que me acuerdo y de mucho es que me arrepiento.
En mi mente evoco cosas bellas, lindas, tristes, malas, fuertes,
placenteras. Ya nadie me tiene presente, y sigo río abajo, con la corriente.
Poco o nada es lo que me resalta, mis ojos hacen brotar lágrimas 
púrpura que se pierden con el fango y la sangre se me va con el agua.
Mis sueños encayaron en lo más leve de mi conmoción, cual si fueran
barcos de papel con ancla de terciopelo.
Mis miembros están sólidos y mis ojos sólo miran el cielo, donde serà mi última parada (espero)
y sigo río abajo, con la corriente.
De pronto siento frío por toneladas, y mi cuerpo sin reaccionar.
Oyo las campanas que los otros no escucharon y el sol me da
en la cara cuando empieza a llover. Un par de peces pasan por mi lado
sin siquiera voltear a mirarme y es porque la noche se vuelca sobre mí.
Los rayos de aquel sol soberano contrastan con la sangre mía en la superficie 
y crea pigmentos de llanto y dolor, y sigo río abajo, con la corriente.
Soledad absoluta en la temperatura. Amargura inusual en unos ojos que 
no ven. El ocaso me indica que me iré con él, aunque no tenga dinero
para el pasaje de regreso.
Si la vida me mirara, aquí, en el,centro de mi pesar, le pediría otra oportunidad,
pero los segundos son mis enemigos. Casi todo la sangre se me fue con el agua, 
y yo aquí, muriendo en el río, siguiendo río abajo, con la corriente...


Por Renzo Videira, escrito el 29 de 10 de 2008

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